Y enfrente mis miedos...

Y enfrente mis miedos...

Al caer la tarde, cuando el último rayo de sol moría en la punta alta y desafiante de los cipreses del Carmen de San Martín, los niños dejábamos de jugar y volvíamos corriendo a nuestras casas. Las sombras se adueñaban poco a poco de mi barrio, y las calles, plazas y placetas dejaban de ser nuestras. Era la hora de las hadas y los duendes, de las brujas y los gnomos, de las marimantas y el sacamantecas, del tío del saco y las almas en pena…
Yo llegaba a mi casa corriendo sin mirar atrás, y a mi hermano, que siempre llegaba el último le gritaba desde el balcón:
- ¡La mona! ¡Que viene la mona! -y el pobre subía los escalones de tres en tres hasta que llegaba jadeando al acogedor refugio de la azotea…